Lobbyists, Bartenders and First Ladies: Meet Brazil’s Monster Delegation (ECO 5, COP26)

5 November 2021

If you’re squeezing through the corridors of COP26 or eternally queuing in the rain to get in (“come prepared with appropriate gear”), odds are that you’ve heard a lot of Portuguese these days. In fact, Brazil has the biggest national delegation in Glasgow: a stunning 479 people. That’s roughly twice as much as the host country, the UK. ECO smelled stale açaí in that number, so we did some further digging into the list. What we have found was that many of those precious pink badges are dangling from very strange necks.

Among Brazilian “party” or “party overflow” delegates there are members of agribusiness lobby organizations (9), industry lobby organizations (6), business (25), spin doctors (8) hired to showcase “the real Brazil” (sic) in Glasgow, and even a bartender (which might actually explain why their positions on Article 6 sound so much like drunk talk).

And while young indigenous activist Txai Suruí, the only Brazilian voice in the Leaders’ Summit, had to search far and wide for an accreditation to attend the conference, the first ladies of four states and one major city were happily added to the delegation bandwagon. Brazil really likes its double counting: one for the husband, one for the wife.

Now, older ECO readers know that past COPs also had huge Brazilian pinkbadgery. That was due to the Foreign Office’s official policy of democratically accrediting whoever asked for it, from subnational governments to environmentalists, social movements, Indigenous representatives and the private sector. Ever since Jair Bolsonaro took office, that policy was scrapped. In Glasgow the government simply divided civil society in two: their friends from the rural and industry lobbies, who were warmly welcomed to the delegation (whisky, anyone?), and the folks Mr. Bolsonaro has famously called “a cancer I can’t kill” – enviros, Indigenous Peoples and youth – who aren’t allowed as much as a snack in their lavish pavilion in the Blue Zone.

As if exclusion and double standards weren’t enough, Bolsonaro’s Brazil has also bred a bizarre new kind of UN Constituency: the pink-badge bullies. Indigenous observers have been openly harassed in Glasgow by rural lobby representatives, who lumber (pun intended) around the corridors searching for “bad Brazilians” to call out.

At least this time around Bolsonaro doesn’t seem to have sent secret agents to spy on civil society like it did at COP25. Although ECO wouldn’t bet on this, given that Brazil’s mammoth delegation has a dozen people identified only by their names. Some of them may like their caipirinhas, shaken, not stirred.

**** SPANISH ****

Lobistas, Bartenders y primeras damas: Conoce a la monstruosa delegación brasileña

Si se está escurriendo por los pasillos de la COP26 o haciendo una cola eterna bajo la lluvia para entrar (“venga preparado con el equipo adecuado”), lo más probable es que haya escuchado mucho portugués estos días. De hecho, Brasil cuenta con la mayor delegación nacional en Glasgow: unas impresionantes 479 personas. Eso es aproximadamente el doble que el país anfitrión, el Reino Unido. ECO olió açaí rancio en esa cifra, así que indagamos un poco más en la lista. Lo que hemos encontrado es que muchos de esos preciosos badges rosas cuelgan de cuellos muy extraños.

Entre los delegados brasileños “del partido” o “del desborde del partido” hay miembros de organizaciones de lobby del agronegocio (9), organizaciones de lobby de la industria (6), empresas (25), spin doctors (8) contratados para mostrar “el verdadero Brasil” (sic) en Glasgow, e incluso un Bartender (lo que podría explicar por qué sus posiciones sobre el artículo 6 suenan tanto a charla de borrachos).

Y mientras la joven activista indígena Txai Suruí, la única voz brasileña en la Cumbre de Líderes, tuvo que buscar por todas partes una acreditación para asistir a la conferencia, las primeras damas de cuatro estados y una gran ciudad se sumaron alegremente al carro de la delegación. A Brasil le gusta mucho su doble contabilidad: una para el marido, otra para la mujer.

Ahora bien, los lectores más veteranos de ECO saben que en las pasadas COP también hubo una gran manipulación brasileña del color rosa. Eso se debió a la política oficial de la Cancillería de acreditar democráticamente a quien lo pidiera, desde gobiernos subnacionales hasta ambientalistas, movimientos sociales, representantes indígenas y el sector privado. Desde que Jair Bolsonaro asumió el poder, esa política fue desechada. En Glasgow, el gobierno simplemente dividió a la sociedad civil en dos: sus amigos de los lobbies rurales e industriales, que fueron calurosamente bienvenidos a la delegación (¿whisky, alguien?), y la gente que el Sr. Bolsonaro ha llamado “un cáncer que no puedo matar” -ambientalistas, pueblos indígenas y jóvenes- a los que no se les permite ni siquiera un aperitivo en su lujoso pabellón de la Zona Azul.

Como si la exclusión y el doble rasero no fueran suficientes, el Brasil de Bolsonaro también ha engendrado un nuevo y extraño tipo de circunscripción de la ONU: los matones de la insignia rosa. Los observadores indígenas han sido abiertamente acosados en Glasgow por los representantes del lobby rural, que se pasean por los pasillos en busca de “malos brasileños” a los que llamar la atención.

Al menos esta vez Bolsonaro no parece haber enviado agentes secretos para espiar a la sociedad civil como hizo en la COP25. Aunque ECO no apostaría por ello, dado que la mastodóntica delegación de Brasil cuenta con una docena de personas identificadas sólo por sus nombres. Puede que a algunos de ellos les gusten sus caipirinhas, agitadas, no revueltas.

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